LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS – 1898-9 [1900]-SIGMUND FREUD

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Sigmund Freud
La interpretación
de los sueños
(1898)

 

Traducción: Luis López Ballesteros

FUENTE QUE UTILIZO:

http://www.elortiba.org

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS – Flectere si nequeo superos,
acheronta movebo – 1898-9 [1900]

1) PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN – (1900)

Al proponerme exponer la interpretación de los sueños no creo haber trascendido los
ámbitos del interés neuropatológico, pues, el examen psicológico nos presenta el sueño
como primer eslabón de una serie de fenómenos psíquicos anormales, entre cuyos
elementos subsiguientes, las fobias histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes,
conciernen al médico por motivos prácticos. Desde luego, como ya lo demostraremos, el
sueño no puede pretender análoga importancia práctica; pero tanto mayor es su valor
teórico como paradigma, al punto que quien no logre explicarse la génesis de las imágenes
oníricas, se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas, los delirios, y
por ejercer sobre estos fenómenos un posible influjo terapéutico. Mas precisamente esta
vinculación, a la que nuestro tema debe toda su importancia, es también el motivo de los
defectos de que adolece el presente trabajo, pues el frecuente carácter fragmentario de su
exposición corresponde a otros tantos puntos de contacto, a cuyo nivel los problemas de la
formación onírica toman injerencia en los problemas más amplios de la psicopatología, que
no pudieron ser considerados en esta ocasión y que serán motivo de trabajos futuros,
siempre que para ello alcancen el tiempo, la energía y el nuevo material de observación.
Además, esta publicación me ha sido dificultada por particularidades del material
que empleo para ilustrar la interpretación de los sueños. La lectura misma del trabajo
permitirá advertir por qué no podían servir para mis fines los sueños narrados en la
literatura o recogidos por personas desconocidas; debía elegir, pues, entre mis propios
sueños y los de mis pacientes en tratamiento psicoanalítico. La utilización de este último
material me fue vedada por la circunstancia de que estos procesos oníricos sufren una
complicación inconveniente debida a la intervención de características neuróticas. Por otra
parte, la comunicación de mis propios sueños implicaba inevitablemente someter las
intimidades de mi propia vida psíquica a miradas extrañas, en medida mayor de la que
podía serme grata y de la que, en general, concierne a un autor que no es poeta, sino
hombre de ciencia. Esta circunstancia era penosa pero inevitable, de modo que me sometí a
ella para no tener que renunciar, en principio, a la demostración de mis resultados
psicológicos. Sin embargo, no pude resistir, naturalmente, a la tentación de truncar muchas
indiscreciones, omitiendo y suplantando algunas cosas; cada vez que procedí de tal manera

no puede menos de perjudicar sensiblemente el valor de los ejemplos utilizados. Sólo me
queda expresar la esperanza de que los lectores de este trabajo comprenderán mi difícil
situación, aceptándola benévolamente, y espero, además, que todas las personas que se
sientan afectadas por los sueños comunicados no pretenderán negar la libertad del
pensamiento también a la vida onírica.

 

7)PRÓLOGO DE LA OCTAVA EDICIÓN – 1929

En el lapso que media entre la última, séptima edición de este libro (1922), y la
presente revisión, fueron editadas mis Obras completas por el Internationaler
Psychoanalytischer Verlag, de Viena. En éstas el segundo tomo contiene el texto
restablecido de la primera edición, mientras que todas las adiciones ulteriores están
reunidas en el tercer tomo. En cambio, las traducciones aparecidas mientras tanto se ajustan
a las publicaciones independientes de este libro, cabiendo mencionar la francesa, de I.
Meyerson, publicada en 1926 con el título La Science des Rêves, por la Bibliothèque de
Philosophie Contemporaine; la sueca (Drömtydning), efectuada en 1927 por John
Landquist, y la castellana, de Luis López Ballesteros y de Torres, que constituye los tomos
VI y VII de las Obras completas. La traducción húngara, cuya inminente publicación
anuncié ya en 1918, aún no ha aparecido. También en la presente revisión de La
interpretación de los sueños he tratado la obra esencialmente como documento histórico,
introduciendo tan sólo aquellas modificaciones que me parecían imprescindibles para el
aclaramiento y la profundización de mis propias opiniones. De acuerdo con esta posición,
he abandonado definitivamente el propósito de incluir en este libro la bibliografía aparecida
desde su primera edición, excluyendo, pues, las secciones correspondientes que contenían
las ediciones anteriores. Además, faltan aquí los dos trabajos «Sueño y poesía» y «Sueño y
mito» que el doctor Otto Rank aportó a las ediciones precedentes. Viena, diciembre de
1929.

El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las interrogaciones

que siguen, interdependientes en parte:

1)RELACIÓN DEL SUEÑO CON LA VIDA DESPIERTA

El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de
origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo fisiólogo
Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas oníricos, ha
expresado esta convicción en una frase, muy citada y conocida (pág. 474): «…nunca se
repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario,
tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se
halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una
labor acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a
nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la
realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las
circunstancias reales.» J. H. Fichte (1-541) habla en el mismo sentido de sueños de
complementos (Ergaenzugtraüme) y los considera como uno de los secretos beneficiosos de
la Naturaleza, autocurativa del espíritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en
su estudio sobre la naturaleza y génesis de los sueños, obra que goza justamente de un
general renombre: «El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la conciencia
despierta…» Página 17: «En el sueño perdemos por completo la memoria con respecto al
ordenado contenido de la conciencia despierta y de su funcionamiento normal…» Página
19: «La separación, casi desprovista de recuerdo, que en los sueños se establece entre el
alma y el contenido y el curso regulares de la vida despierta…» La inmensa mayoría de los
autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma
totalmente opuesta. Así, Haffner: «Al principio continúa el sueño de la vida despierta.
Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han
residido en la conciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que
los enlaza a los sucesos del día anterior.» Weygandt contradice directamente la afirmación
de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los sueños nos conducen de
nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella.» Maury dice en una sintética
fórmula: Nous rêvons de ce que nous a avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su
Psicología (1855, pág. 530), manifiesta, algo más ampliamente: «En mayor o menor grado,
el contenido de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la
edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por
los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.» El filósofo J. G. E. Maas (Sobre las
pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca:
«La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros
sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes

pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre
la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan
sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado, con el objeto de sus tiernas
esperanzas… Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden
motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño
compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas
representaciones en un sueño ya formado…» (Comunicado por Winterstein en la Zbl. für
Psychoanalyse.)
Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente
entre el contenido del sueño y la vida. Radestock (pág. 139) nos cita el siguiente hecho:
«Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia, se veía disuadido de sus propósitos
bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado a realizar por continuos sueños
alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las
visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida despierta.»
En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura hallamos los siguientes versos
(IV, v. 959):

Et quo quisque fere studio devinctus adhaerer,
aut quibus in rebus multum summus ante moratti
atque in ea ratione fut contenta megis mens,
in somnis eadem plerumque videmur obire;
causidice causas agere et componere leges,
induperatores pugnare ac proelia obire, etc. .

Y Cicerón (De Divinatione, II), anticipándose en muchos siglos a Maury, escribe:
Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut
cogitavimus aut egimus .
La manifiesta contradicción en que se hallan estas dos opiniones sobre la relación de
la vida onírica con la vida despierta parece realmente inconciliable. Será, pues, oportuno
recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), según el cual las peculiaridades del
sueño no pueden ser descritas sino por medio de «una serie de antítesis que llegan
aparentemente hasta la contradicción». «La primera de estas antítesis queda constituida por
la separación rigurosísima y la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente
observamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la
realidad vivida en estado de vigilancia. Podríamos decir que constituye una existencia
aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un
infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo
de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente
exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo real…» A continuación expone
Hildebrandt cómo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de

existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en sueños, un viaje a Santa Elena para ofrecer
al cautivo emperador Napoleón una excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos
amabilísimamente por el desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir
aquellas interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la situación onírica con la
realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en
dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y si hubiéramos
de emprenderla no eligiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón
no nos inspira simpatía alguna, sino, al contrario, una patriótica aversión. Por último,
cuando Bonaparte murió en el destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe
posibilidad alguna de suponer una relación personal. De este modo, nuestras aventuras
oníricas se nos muestran como algo ajeno a nosotros intercalando entre dos fragmentos
homogéneos y subsiguientes de nuestra vida.
«Y, sin embargo -prosigue Hildebrandt-, lo aparentemente contrario es igualmente
cierto y verdadero. Quiero decir que simultáneamente a esta separación existe una íntima
relación. Podemos incluso afirmar que, por extraño que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha
tomado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta
realidad se desarrolla… Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse
independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más
ridículas, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo
sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar
de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o
interiormente.»

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